miércoles, 24 de febrero de 2010

El hongo nuclear

Sé que te da igual que escriba esto. Sé que nunca vas a leerlo. Sé que si lo hicieras no pensarías que va dirigido a ti. Pero tengo más certezas: perturbas mi mente cada día, verte me atrofia las extremidades y me roba un poquito de aire para después, bien entrada la noche, regalarme alguna pesadilla. Porque eso es lo que tú eres para mí: UNA PESADILLA. ¿Me has entendido, cariño? Te odio. Te odio porque tu sonrisa es demasiado frágil y tus caderas le sientan demasiado bien a tu cuerpo. Me pongo mil excusas cuando te observo, absorto, desde lejos. Siempre me deshago en carcajadas cuando te recuerdo cantando “Smelly cat”, imitando a Phoebe, tocando una guitarra inexistente con tus dedos frágiles. Sabiendo que eres graciosa. Repugnante. Seas o no el centro de atención, tú eres demasiado imperturbable, tu quietud es altiva, desesperante. Tu mirada es demasiado penetrante, me deshace; tu piel oscura es demasiado suave para mí, tu pelo huele demasiado bien. Yo no soy así. Yo no soy como tú. Yo no quiero ser como tú. Antes no me duchaba todos los días y si ahora lo hago no es por gusto, sino por obligación. Porque estoy enfermo, aún me masturbo pensando en ti. Y tú no quieres que me siga acordando de ti y yo no quiero que sepas que lo hago. Por eso me araño la piel, para que no me quede nada tuyo. Tú mereces la pena, pero…


Ahora suena Kool & The Gang y la cosa me va gustando más. Parece que esto tiene más sentido que tus conversaciones sobre robótica. Destrozarme las caderas bailando y ponerme el pelo afro mientras escucho Funky Stuff después de ducharme me hace sentir más vivo que besarte, mi amor. Te mataría pero eres demasiado hermosa y lista. En realidad, ni siquiera te mataría. Te borraría de repente, con todas mis fuerzas, como cuando extingo la llama de las velas de mi tarta de cumpleaños (esa que mi madre y sólo mi madre sabe y quiere hacer). Y es que, pequeña flor del oto, a diferencia de mi madre tú no sabes ser inteligente y bella, no sabes hacer tartas deliciosas. No mereces que tu foto tenga un lugar reservado en mi corcho. Ni que siga guardando la taza de Ciao Bella que me regalaste cuando volviste de tu viaje a Roma, en el que por cierto, sólo a los que no conociste no te dio tiempo a follártelos. Pero sí, me trajiste un souvenir. “Qué detallazo” te dije, por no escupirte en la cara. Tu muestra de explosiva generosidad y aprecio me llenó de orgullo y satisfacción: acto seguido te mandé a la mierda. A tomar por culo para siempre, preciosa. Podrías ser la persona más fantástica de la Vía Láctea y alrededores, pero… querida diosa perfecta: sólo eres la perfecta hipócrita. La cobarde que engaña primero a los demás y después a sí misma. Te sobran modales y te faltan un par de huevos.

B.B

1 comentario:

  1. Tiene pinta de candidiasis invasiva y ante depresiones (inmunológicas o no) la maldita puede llegar a una colonización sistémica. Sí,las cándidas son las peores...

    ResponderEliminar