lunes, 25 de octubre de 2010

Suave retrato de Michael Matvéyev

Una gran capa de polvo cubre los libros que un día leyó. Cuesta leer los títulos, ver nítidos los colores, oler las páginas pasadas. Desde aquí todo se ve ocre: lo que un día dio por sentado está calcinado bajo escombros imberbes. “Soy joven”, se repite Michael frente al espejo. Lo engulle vía social-media a todas horas “eres joven, bebe Actimel, tu Opel Corsa TDI a partir de 3.995€”. Puedo asegurar que he visto árboles centenarios menos anquilosados que él, pero lucha contra su entumecimiento y me resulta admirable. Continúa buscando el camino, trata de resumir lo intangible en una mueca y se lava los dientes después de tomar café. Escribe en su muro de Facebook “un neozelandés no puede bailar tango”. Pone emoticonos, pero no sabe que el Bloq Mayús es una tecla. Aún así, es un hombre de nuestra era. Sin ir más lejos, habla sobre metafísica y acerca Katy Perry a partes iguales, con una soltura inquietante.

Michael, desencantado del velo escéptico y vacío que cubría su cubículo en una oficina, pasó ocho meses inmerso en letrinas, tomates ecológicos, panfletos de amor libre y talleres zen. Las cincuentonas del Campamento Honeywell habían vivido Mayo del 68 y la ¿liberación sexual? Seguían caminando desnudas por los prados a pesar de su evidente edad, que se manifestaba en sus carnes flácidas y caídas. Luchaban contra una vejez en soledad en aquel pequeño reducto ajeno al paso del tiempo. Allí aprendió que el misticismo egipcio es una buena medicina para la gente que consume drogas en cantidades industriales, pero no para un buen hombre de ciudad. Michael no encontró su camino allí.

Durante tres meses, día tras día, imaginó su muerte según la visión de sus directores de cine favoritos. Finalmente acudió al psicólogo y éste le recomendó que se suicidara. En el último día de terapia Michael golpeó salvajemente a su psicólogo en la cabeza con un bate de béisbol y empezó a creer en el sueño americano. Cumplió condena durante seis meses en una cárcel-sanatorio. Salió reforzado de aquella experiencia y concluyó que la sinergia de los órganos capitalistas lo habían aferrado al sistema de forma favorable.

Michael trata de resumir lo intangible en una mueca y se lava los dientes después de tomar café. Ahora busca su camino motosierra en mano y escribe en su muro de Facebook: “La violencia no da sentido al sinsentido, pero lo hace mucho más llevadero”. Cuánta razón.

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