A veces, cuando se me rompe el alma, cojo la aguja más larga y el hilo más fino para intentar coserla. Pinzo con mis dedos el lado más vulnerable, el que más fácilmente se rasga, y con sumo cuidado dejo que la aguja lo atraviese en sentido anteroposterior. Y es cierto que duele, pero con cada puntada que voy dando, noto cómo cada pedazo se conecta con los otros y dejan que vuelva a sentir, que sigo viva.
Y me visto con ella por dentro, de nuevo, cuando la he terminado de remendar. Cada vez me queda más pequeña, porque siempre se pierde algún fragmento y tengo que unir dos que no se corresponden, pero por lo menos, me calienta eso que creo que es el corazón. Y así tengo menos frío.
Aunque siempre hay alguna esquirla en las esquinas, un resalte salido, un pico vivo que araña y muerde, que vuelve a desgarrarla de nuevo.
Y vuelta a empezar, y cada vez me apetece menos.
. . . . . . . . .
S.S
. . . . . .
Ruinas del Tercer Reich
Todo pasó como él imaginara,
allá en el frente de Smolensk.
Y tú has envejecido -aunque sonrías
wie einst, Lili Marlen.
Nimbado por la niebla, igual que entonces,
surge ante mí tu rostro encantador
contra un fondo de carros de combate
y de cruces gamadas en la Place Vendôme.
En la barra del bar -ante una copa-
plantada como cimbel,
obscenamente tú sonríes.
¿A quién, Lili Marlen?
Por los rusos vencido y por los años,
aún el irritado corazón
te pide guerra. Y en las horas últimas
de soledad y alcohol,
enfurecida y flaca, con las uñas
destrozas el pespunte de tu guante negro,
tu viejo guante de manopla negro
con que al partir dijiste adiós.
Jaime Gil de Biedma
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