jueves, 9 de diciembre de 2010

Sara

Sara decidió no quererse más y sin más, se propuso destruirse poco a poco. Porque del amor al odio, hay un paso, y Sara lo dio hoy a Medianoche.

Cargando en su petate las pocas cosas que no le habían comprado sus padres, y con una patada en el trasero, la saltaron al Mundo, frío y lluvioso de diciembre, que la recibía húmedo en un parque lleno de borrachos.

No devolvió las llamadas. No respondió a los gritos amigos que volaban en su búsqueda. No dio señales de vida, porque se veía muerta y se quería inerte.

Días antes, en el probador de “Bershkarius” una dependienta miraba con pavor las cicatrices de dolor, que Sara lucía en sus brazos. Líneas de piel mal curada lamían sus brazos y muñecas de arriba a abajo. Sus costillas pedían a gritos alimento. Ella, ya ni siquiera comía.

Y poco más puede añadirse a este relato inconexo, fresco y feo. No apareció aquella noche y se dejó caer en un bucle de malos hábitos y no buenas decisiones. Estás hasta el cuello, querida, el barro te llega a la altura de tus poco alegres ojos.

Lástima de juventud la suya, que por no tener experiencia en el amor, se escudó en su vergüenza y no acudió a los que la querían.

Lástima de escaso conocimiento, de pocas luces que alumbren sus tinieblas.

Lástima, que no se aferra a la mano que le tienden, que la muerde y la rehúye, que parece que le quema.

Sara.
Lástima ella.

Sara, salió corriendo, se roció las alas con oscuridad y se sepultó en su encierro



S.S






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